Partiendo de la estrecha relación entre el uso de la tierra (y la fuerza de trabajo asociada) y las formas de cultivo propias de las sociedades pre-industriales, queda patente a lo largo de la historia que la propiedad de la tierra y los diferentes recursos asociados a la misma, como puede ser el agua, fueron determinantes para establecer jerarquías de poder dentro de estas sociedades.
La relación del agua con los grandes modelos de producción no industrial
Si partimos de los horticultores, su relación con los recursos hídricos es dispar, puesto que elementos como la estacionalidad de las precipitaciones, la cercanía a torrentes o masas de agua y los cultivos que compongan la base de su alimentación, son determinantes, dado que no desarrollan ningún tipo de inversión en forma de herramientas o infraestructuras para poder solventar los problemas de abastecimiento de agua. Es por ello que junto a la capacidad nutritiva de la tierra la disponibilidad de reservas de agua es otro de los factores que condiciona la rotación de los cultivos y sus migraciones.
En los agricultores la relación con los recursos hídricos es bastante más estrecha, si cabe se trata del caso en el más, puesto que una de las labores que requiere más fuerza de trabajo es la asociada al riego, que lleva a la construcción de infraestructuras y artefactos que faciliten la obtención, transporte y distribución del agua hasta las zonas de cultivo y en el interior de estas.
No sólo supone el control sobre las diferentes tareas de producción debido a la capacidad de control sobre la disponibilidad de agua, sino que permite una mayor utilización del suelo al facilitar una rápida fertilización de la tierra y les permite además seleccionar las especies a cultivar en función de los requerimientos de las mismas.
En el caso de los forrajeros y los pastores, sin duda la relación con los recursos hídricos es también importante, si bien en el primer caso tan sólo se limitan al desplazamiento hasta las zonas de reserva o abastecimiento de la misma, mientras que los pastores tienen en cuenta tal disponibilidad a la hora de establecer sus movimientos, sigan estos tanto el patrón del nomadismo o de la trashumancia.
De este modo es evidente la relación entre la producción de alimentos en las sociedades no industriales y el manejo de los recursos hídricos, de tal manera que las diferencias ecológicas entre las regiones han sido las que a su vez han dado lugar a diferentes culturas y economías.
Otros roles del agua en las sociedades pre-industriales
No puede restringirse el papel del agua a la mera producción de alimentos, paralelamente ha desempeñado diversos e importantes roles en otros aspectos de las sociedades pre-industriales.
Uno de los más interesantes es el vinculado a las religiones y la concepción del mundo, y cómo el agua ha tenido un papel protagonista en las diferentes visiones que se han ido sucediendo.
El origen de las civilizaciones humanas, entre los delta de los ríos Tigris y Éufrates sin duda vino acompañado de un importante papel del agua, que se mantuvo en el Antiguo Egipto y su estrecha vinculación al Nilo.
Por ello no es de extrañar que textos como la Biblia o el Corán también se refieran al papel del agua como elemento vertebrador a la vez que identitario dentro de la sociedad, como lo avalan ritos como el bautismo o las abluciones. Al igual que en hinduismo, para el que el Rio Ganges forma parte del eje central de esta religión.
Otros ejemplos los encontramos en la civilización China, si bien en esta la relación con el agua era más cercana a la de una amenaza natural que es necesario controlar. También las civilizaciones pre-colombinas mostraban una especial relación con el agua, como muestran pueblos como los Qechuas del altiplano suramericano o los Aztecas del Antiguo México y su ciudad estado de Tenochtitlán.
Otro de los roles ha sido el asociado a la salud, en ocasiones enraizado con ciertas costumbres de origen religioso (las abluciones del islam o la relación con el Ganges de los hindúes) pero en todo caso por las implicaciones en torno a la higiene y la posibilidad, en función de la calidad de conservación de las masas de agua, de ser vectores de transmisión de enfermedades.
Y de la mano del papel del agua en la producción de alimentos, en la higiene y en sus principales ritos, queda patente que desde antiguo los asentamientos humanos y más tarde las ciudades se han ido ubicando en función de la disponibilidad de agua de los territorios, y han configurado el modelo de ciudad a razón de esta. Y de igual manera, hasta hace varios siglos, la capacidad de acoger población por parte de las ciudades se vio limitada por la disponibilidad directa o indirecta de abastecer de recursos hídricos a la misma.
Y pese a todo, a lo largo de la historia una gran mayoría de estas culturas ha compartido un rasgo que a su vez ha tenido una gran influencia económica, el agua se ha gestionado en régimen comunal, al entender que, por tratarse de la base ecológica de la vida y porque la sostenibilidad y el reparto equitativo de los recursos hídricos dependen de la cooperación entre los miembros de una comunidad, el agua es por tanto un bien comunal. Y ello ha influido notablemente en las formas de organización y toma de decisiones de estas ciudades y por extensión de las sociedades.
Por tanto el agua ha servido de eje vertebrador de las sociedades, no solo por proporcionar unas condiciones de vida dignas y alimento, sino por permitir la construcción de una cultura identitaria y aglutinadora y requerir de la organización de formas de gobierno para facilitar su gestión.
Sin embargo el desarrollo de los estados y más tarde la llegada de las sociedades industriales ha cambiado notablemente este escenario.
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