viernes, 17 de agosto de 2018

Por qué Steve Jobs cambiaba de coche cada seis meses

Por qué Steve Jobs cambiaba de coche cada seis meses

Una de las anécdotas más curiosas que atañen a Steve Jobs se trata de su peculiar costumbre de cambiar de coche cada seis meses y pese a ello, mantener siempre el mismo modelo de Mercedes. 
Son muchas las ocasiones en las que hemos recapitulado curiosidades, hazañas, consejos o lecciones de liderazgo de Steve Jobs, el antiguo CEO de Apple y genio visionario donde los haya. Hoy rescatamos una de sus excentricidades más notorias y curiosas: el Mercedes sin matricular que el empresario tecnológico cambiaba cada seis meses. 

Por qué el Mercedes de Steve Jobs no tenía matrícula

La razón apunta al propio estado en el que Jobs trabajaba y vívía: California. Allí es posible pasar los seis primeros meses desde la compra de un automóvil sin matricular, razón por la que el CEO de Apple decidió conducir sin placa cambiando el vehículo cada seis meses. De hecho, ni siquiera compraba los propios coches, sino que los alquilaba a una compañía y los devolvía al finalizar el plazo de medio año. 
Algunas voces apuntan a que deseaba pasar desapercibido, mientras que otros rumores describen lo contrario: sin matricular, el coche era de lo más reconocible, y todo el mundo podía saber que se hallaban frente al Mercedes de Jobs, cuya leyenda se veía acrecentada, subrayaba su ya prominente imagen personal y se publicitaba gratis, ya que se subían a la red numerosos vídeos y fotografías de su vehículo.
Por qué Steve Jobs cambiaba de coche cada seis meses
Coche de Steve Jobs
Ante el secreto a voces de Jobs, fueron muchas las personas que decidieron imitarlo, razón por la que a partir de 2019 en el estado californiano las cosas cambiarán de torna, y todos los coches deberán matricularse nada más salir del concesionario.
Fuente |ticbeat.com

martes, 7 de agosto de 2018

La guía definitiva para hacer pimientos asados

La guía definitiva para hacer pimientos asados

El pimiento es una verdura comodín que putilizamos de muchas formas en la cocina. Existen multitud de variedades distintas, incluyendo los más pequeños y picantes, aunque el llamado pimiento morrón rojo reina sobre los demás. Estamos en plena temporada y es el mejor momento para hacer unos pimientos asados de película.
La calidad de los pimientos asados envasados deja mucho desear en cuanto a textura y sabor. Por eso merece la pena llenar la cesta de la compra con un gran cargamento de pimientos para asarlos en casa y aprovecharlos en muchos platos diferentes. Para terminar de animaros, a continuación compartimos nuestra guía definitiva para hacer pimientos asados y recetas en las que sacarles partido.

¿Qué pimientos asar?

Pimientos
Los pimientos grandes rojos suelen ser más dulces, carnosos y jugosos
La respuesta es simple: cualquiera que nos guste. Todos los pimientos se pueden asar, solo depende de nuestras preferencias, de lo que ofrezca el mercado en cada momento o de cómo queremos utilizarlos después. Es primordial, eso sí, escoger ejemplares de buena calidad, a ser posible sin daños y en su punto perfecto de maduración.
En el caso de no tener una idea muy clara yo apuesto por el clásico, el pimiento rojo morrón de gran tamaño, carnoso y hermoso. Me gustan especialmente los de gran calibre y color rojo oscuro, casi negro, tienen un gran sabor que se intensifica mediante el asado, dulce y equilibrado.
Pimientos
Recordemos que los pimientos rojos fueron inicialmente verdes, pero al madurar aumenta el nivel de azúcares y se intensifica también el color; ocurre lo mismo con los amarillos, que se vuelven de color naranja.
También podemos combinar diferentes colores (amarillo, rojo, naranja, verde) que darán mucho colorido a nuestros platos. Podríamos asar distintos tipos al mismo tiempo, pero es más recomendable utilizar pimientos del mismo calibre, ya que de lo contrario los más pequeños se asarían mucho más rápido, con el riesgo de que se nos quemen.

La preparación previa

Pimientos
Se pueden asar enteros o abiertos y sin semillas. El primer paso siempre será lavar y secar bien los pimientos, comprobando que no tienen partes dañadas, y cortar parte del tallo si fuera muy grande o si llevara hojas unidas. También es preferible dejarlos a temperatura ambiente y no asarlos directamente de la nevera.
Para asarlos abiertos hay abrirlos con un corte vertical para dejar cada pimiento y cortar el tallo superior con el gran núcleo de semillas. Finalmente se retiran los restos de semillas y los filamentos. Personalmente no me gusta este segundo método porque tengo la impresión de que salen menos sabrosos.

Cómo asar pimientos en casa: tres métodos diferentes

No existe un único método válido para asar pimientos; podéis escoger el que más se adapte a vuestras necesidades y entre dentro de las posibilidades del hogar. Lo importante es conseguir ese “chamuscado” exterior responsable del delicioso sabor de los pimientos asados.

En el horno

Pimientos
Mi método favorito, fácil y práctico. Suelo aprovechar para hornear varias cosas a la vez cuando lo enciendo, y ya sabréis que mi horno no se toma vacaciones ni en plena ola de calor.
  1. Precalentar el horno a 200ºC.
  2. Engrasar ligeramente con aceite una bandeja o fuente grande.
  3. Colocar los pimientos encima sin apelotonarlos demasiado. Regar con un poco más de aceite de oliva virgen extra y masajear para que se unten bien.
  4. Asar a media altura durante unos 25-35 minutos, dándoles la vuelta con unas pinzas a mitad de la cocción.
  5. El punto final depende del gusto, a mí me gustan más hechos, más tiernos. La piel debe quedar ennegrecida por algunas partes.
  6. También se pueden asar utilizando el gratinador, si es potente. En ese caso conviene colocar los pimientos en el nivel más superior del horno, pero procurando que haya espacio suficiente para que no se chamusquen demasiado rápido, dejando el interior a medio cocinar.

Procrastinar mejora la creatividad


García debe entregar un artículo en un par de horas. El encargo no es nuevo, se lo hicieron unos días antes con la suficiente antelación. Pero García no encuentra el momento adecuado para empezar a escribirlo. Ni siquiera para buscar la documentación que le sirva de base. El tiempo avanza, pero no el trabajo. Y es consciente de lo que ocurre: está procrastinando.
Según la RAE, procrastinar significa «diferir, aplazar». Y para el psicólogo Tim Pychlyl, de la Universidad de Carleton en Canadá, estamos ante un problema muy serio. Porque no se trata solo de retrasar algo para abordarlo mejor un poco más tarde (o sea, una cuestión de manejo de tiempo), sino de la incapacidad de controlar nuestras emociones e impulsos.
«Cuando procrastinamos, estamos tratando de mejorar nuestro estado de ánimo evitando hacer algo que nos parece desagradable», señala en un artículo de BBC News. «Es parecido a emborracharse o comer para consolarse: es una estrategia que nos hace sentir mejor al distraernos con un placer de corto plazo y olvidándonos del problema».
En su opinión, lo malo es que se confunde procrastinar con postergar. «Toda procrastinación implica una demora, pero no todas las demoras son procastinación», afirma. Porque procrastinar, entendido como no actuar a pesar de conocer las consecuencias negativas de ello, es algo negativo. En su opinión, esto de dejar para mañana lo que debes hacer hoy puede generar incluso problemas físicos y mentales como ansiedad, depresión y culpa.
Un estudio de febrero de este año indicaba que, en general, las personas tienden a realizar antes las tareas urgentes más pequeñas, que tienen una fecha límite de ejecución, que las tareas más importantes sin un plazo inmediato, a pesar de saber que son eso, mucho más importantes y trascendentales.
Artículos sobre cómo evitar la procastinacón, o al menos la procrastinación nociva, hay por todos lados. En un artículo de Tim Herrera para The New York Times, el autor propone dibujar o imaginar un cuadrado dividido a su vez en cuatro partes. Los dos apartados de arriba tienen dos etiquetas: Urgente y No urgente. A la izquierda, otras dos: Importante y No importante.
Se trataría, entonces, de colocar en esos cuatro espacios todas las tareas que una persona debe realizar. Así, se podrá comprobar que las cosas relacionadas con fechas límites cercanas no suelen ser las más importantes. Por tanto, deberían dejarse para más tarde o, si es posible, delegarse. Por otro lado, las cosas que no tienen fecha límite ni son importantes deberían eliminarse por completo de la lista de tareas. ¿Qué queda? Pues eso…
Una vez detectado qué es lo realmente urgente e importante, Herrera aconseja dividirlas en pequeñas metas para gestionarlas mejor. Algo parecido es lo que hace el cofundador y CEO de Instagram Kevin Systrom. Él, procrastinador empedernido y confeso, emplea un truco para evitar caer en el vicio del pa luego que amenaza la productividad: el trato de los cinco minutos.
Si hay algo que no le gusta o le cuesta hacer, hace un pacto consigo mismo: dedicarle cinco minutos y luego pasar a otra cosa. Lo curioso es que acaba empleando mucho más tiempo y acaba aquel trabajo que le daba tanta pereza empezar.
Según los psicólogos, procrastinamos por miedo: al fracaso, al estrés, a la crítica… Por eso se tiende a postergar una y otra vez las tareas más complejas. La regla de los cinco minutos de Systrom reduce esos miedos y permite que esa persona se enfrente al reto sin demasiadas complicaciones. Total, solo van a ser cinco minutos.
Otros especialistas, como el propio Tim Pychyl, apuestan por emplear técnicas como el mindfulness y la meditación, dividir la tarea en partes y plazos más manejables o imaginarse a uno mismo si fracasa en la labor encomendada.
Ahora bien, ¿es tan malo procrastinar como opinan algunos expertos? A la luz de otras investigaciones, como las que lleva a cabo Jihae Shin, profesora de la Facultad de Negocios de la Universidad de Wisconsin (EEUU), no solo no es perjudicial, sino que incluso puede ser mucho mas beneficioso para nuestra productividad y creatividad.
Shin pidió a las personas que participaron en sus estudios que propusieran nuevas ideas de negocios. A algunos les pidió empezar de inmediato. A otros, sin embargo, les dio algún tiempo para jugar a algún juego tecnológico antes de ponerse a ello. Al entregar sus propuestas, se comprobó que el 28% de los procrastinadores había tenido ideas mucho más creativas que los que se pusieron a saco desde el primer momento.
Según Shin, cuando la gente se toma su tiempo para realizar una labor, la mente tiene más posibilidades de divagar y eso ofrece una oportunidad única de fomentar patrones inusuales de pensamiento. Es decir, se favorece el pensamiento divergente.
Así pues, la precrastinación, hacer las cosas inmediatamente después de ser ordenadas o encargadas, hace que acabemos antes el trabajo y parezcamos más productivos que quienes prefieren esperar un poco más a que les bajen las musas y les muevan los brazos para empezar a trabajar. Pero, si se piensa bien, las primeras ideas son, por lo general, las más convencionales. Nos sacan del apuro, pero no nos convierten en personas brillantes.
Adam Grant, profesor de Administración y Psicología en la Warton School de la Universidad de Pennsylvania y autor de Originals: How Non-Conformists Move the World, se define así mismo como precrastinador. Así que quiso probar a hacer lo contrario: aplazar y demorar ciertas tareas en lugar de llevarlas a cabo en primera instancia. Cuenta su experiencia en otro artículo para The New York Times y la califica como positiva en ciertos aspectos.
«Descubrí que en cada proyecto creativo hay momentos que requieren pensar más lateralmente y, sí, también más lentamente. Mi necesidad natural de terminar las cosas antes era una manera de bloquear los pensamientos complejos que me dirigían a lugares insospechados. Estaba evitando el dolor del pensamiento divergente… pero también me estaba perdiendo sus recompensas», concluye.
Que procrastinar no es tan malo lo demuestra la existencia de grandes figuras que se dedicaron a dejar para después lo que parecía no poder esperar. Frank Lloyd Wright, por ejemplo, pasó casi un año retrasando un proyecto hasta que el cliente, enfadado, le exigió que dibujara algo en ese momento. Aquel bosquejo rápido fue el germen de su obra maestra, la Casa de la Cascada.
Así pues, dejemos a García buscando el momento adecuado para empezar a escribir su artículo. Seguramente ocurra cuando reciba la llamada de su redactor jefe exigiéndole la entrega del texto en diez minutos. Podría ser el futuro premio Pulitzer, así que no conviene meter prisa. Todo llegará. ¿Por qué no esperar a mañana?
Via: Yorokobu
POR MARIÁNGELES GARCÍA

miércoles, 1 de agosto de 2018

Las claves para saber si eres un jefe tóxico, según Google

un mal jefe


Las claves para saber si eres un jefe tóxico, según Google

Un jefe tóxico no solo es el cascarrabias que grita a sus empleados; hay muchas otras características propias de un mal líder que empeoran el desempeño del equipo. Hoy te revelamos las claves para identificar si eres un jefe tóxico, en base a un estudio de Google.
Cuando pensamos en un mal jefe tendemos a imaginarnos el típico cascarrabias que chilla a sus empleados a la primera de cambio.
No obstante, hay otras características propias de un jefe tóxico que tendrán a los empleados mirando al reloj cada dos por tres deseando irse a casa.
El primer paso para cambiar y ser un mejor líder es identificar que estás haciendo algo mal. Por eso hoy te traemos una serie de señales que carazterizan a un jefe tóxico revelados por Google.

Cómo pueden los jefes desarrollar su inteligencia emocional

Son el resultado de un extenso estudio llevado a cabo por la compañía de Mountain View en el que analizaron datos, llevaron a cabo encuestas y tuvieron en cuenta premios para identificar qué distinguía un buen líder de uno malo.
  • Te sientes frustrado cuando tienes que formar a un empleado: Un buen líder se caracteriza por tener paciencia a la hora de formar a sus empleados para que adquieran nuevas habilidades. Si cada vez que tienes que ejercer el papel de mentor te sientes frustrado, puede que seas peor líder de lo que crees.
  • Sientes que tienes que revisar todo el trabajo de tus empleados: Una cosa es supervisar, y otra cosa es no depositar ningún tipo de confianza en tus empleados y revisar todo su trabajo al milímetro.
  • Solo te importa que tus empleados hagan las cosas bien: Nunca te preguntas si están bien, solo quieres que el trabajo esté hecho. Esto es indicio de una falta de inteligencia emocional y señal de que eres un mal jefe.
  • Sientes que estás abordando demasiadas cosas: Si estás desbordado y no tienes control sobre tu trabajo probablemente estés ejerciendo un mal rol como líder. Si tú mismo no estás siendo productivo no puedes esperar que tu equipo lo sea.
  • Prefieres estar solo en tu oficina que hablar con tu equipo: La comunicación es clave para que el desempeño del equipo sea positivo. Si evitas hablar con ellos a toda costa y te encierras en tu despacho es posible que seas un jefe tóxico.
  • Crees que el desarrollo profesional de tus empleados es cosa suya, no tuya: Como jefe debería interesarte que tus empleados crezcan y se desarrollen profesionalmente. No solo te ayudará a retener talento – un empleado estancado es igual a un empleado infeliz – también te permitirá tener trabajadores más valiosos.
  • Te cuesta visualizar el crecimiento junto a tu equipo: Si no te imaginas alcanzando tus metas con tu equipo vas mal encaminado. Un buen líder visualiza el éxito y sabe cómo transmitírselo a su equipo con convicción.
  • Odias que tus empleados tengan habilidades que tu no tienes: Si no te gusta depender de un miembro del equipo porque tenga unas habilidades que tu no tienes sentimos decirte que eres un jefe tóxico. Los mejores líderes saben cuáles son sus virtudes y no se sienten amenazados por los del resto, saben como aprovecharlos mutuamente y juntos llegar al éxito.
Escrito por Christiane Drummond
Via: ticbeat