Por Steven Johnson
The New York Times
“How We Decide”
Por Jonah Lehrer.
302 pp. Houghton Mifflin Harcourt. $25.
La mayoría de las grandes historias se desarrollan alrededor de la toma de decisiones: la instantánea brillante decisión del Capitán Sullenberger de aterrizar su avión sobre el río Hudson, la agonizante y prolongada decisión de Dorotea de dejar a su marido por su verdadero amor, en “Middlemarch,” o la frecuentemente contada historia del día que tus padres decidieron casarse. Hay algo poderosamente humano en el acto deliberado de escoger un camino; otros animales tienen impulsos, habilidades para resolver problemas, emociones, pero nada iguala nuestra capacidad para considerar conscientemente todas las opciones, imaginar los resultados posibles y tomar una decisión. Como pudo haber dicho George W. Bush, somos una especie de “decididores”.
El interesante nuevo libro de Jonah Lehrer, “How we decide” (Cómo decidimos), pone nuestras habilidades para tomar decisiones bajo el microscopio. A la edad de 27 años, Lehrer es una especie de prodigio de la ciencia popular, habiendo publicado ya en 2007 el libro “Proust Was a Neuroscientist” (Proust era un neurocientífico), donde sostenía que los grandes artistas anticipaban el conocimiento moderno de las ciencias cerebrales. “How we decide” se inclina más hacia la auto ayuda para la gente pensante, prometiendo no solo explicar cómo decidimos sino también como hacerlo mejor.
Este no es un territorio del todo desconocido. Al inicio, Lehrer introduce su tema principal: “A veces necesitamos razonar nuestras opciones y analizar cuidadosamente las posibilidades. Y a veces necesitamos escuchar nuestras emociones.” Sospecho que al llegar aquí, naturalmente muchos lectores pensaran en el mega best-seller “Blink” de Malcolm Gladwell, que exploraba una frontera similar entre la razón y la intuición. Pero una diferencia clave entre los dos libros emerge rápidamente: el libro de Gladwell toma una postura externa sobre el tema, basado mayormente en observaciones de la psicología y la sociología; mientras que Lehrer trabaja desde adentro, enfocándose en el funcionamiento interno del cerebro. Aprendemos sobre el núcleus accumbeus, las células centrales y el córtex pre frontal. Muchos de los experimentos que relata involucran resonancias magnéticas del cerebro practicadas durante el proceso de toma de decisiones (que conste, es algo como tomar una decisión mientras tienes la cabeza metida en la secadora de ropa).
Explicar la toma decisiones desde las neuronas es un reto, pero Lehrer lo maneja con gracia y confianza. Como introducción a la lucha cognitiva entre el centro racional “ejecutivo” del cerebro y sus regiones más intuitivas, “How We Decide” lo logra con estilo, pero los lectores de otros populares libros sobre este tema (”Descartes Error” de Antonio Damasio e “Inteligencia Emocional” de Daniel Goleman, por ejemplo) encontrarán familiares muchos de los experimentos clásicos que describe Lehrer.
En parte, la medicina de la neurociencia nos entra fácil porque Lehrer introduce cada concepto con anécdotas sorprendentes basadas en una diversidad de campos: Tom Brady haciendo un pase memorable en el Super Bowl de 2002; un físico de Stanford que casi gana la Serie Mundial de Póker; el Sully de 1989, Al Haynes, aterrizando de emergencia un jet comercial cuyo sistema hidráulico falló por completo. Sin excepción, las anécdotas están bien escogidas y contadas con estilo, pero hay algo en la estructura de este tipo de escritura de ensayo que empieza a sonar a fórmula: la narrativa corta, sorprendente, seguida de una explicación de lo que La Ciencia Puede Enseñarnos, coronada por un retorno a la narrativa original, abriendo un poco la puerta del misterio crucial. (Digo esto como alguien que ha usado este ardid en sus propios libros.) Simplemente podría ser que esta es la manera más efectiva de expresar este tipo de ideas al público común. Pero parte de mí espera que un escritor tan talentoso como Lehrer pueda ayudar a impulsarnos hacia una nueva técnica formal en sus esfuerzos futuros.
Un libro que promete mejorar nuestra toma de decisiones, sin embargo, tendría que ser juzgado por algo más que su narrativa. La pregunta central con un libro como “Como Decidimos” es si te queda algo de él. Es fascinante aprender sobre los circuitos del cerebro que se ocupan de las recompensas, pero en un nivel muy básico sabemos que buscamos recompensas y nos deprimimos cuando no las conseguimos. De hecho, saber que este proceso lo modula la dopamina neuroquímica realmente no nos ayuda en nuestra búsqueda de esas recompensas.
Pero afortunadamente, el conocimiento de Lehrer va más allá del juego de Identifique ese neurotransmisor. Es instruido y agradable al hablar del “sesgo de la negatividad” y de la “aversión a la pérdida”: la propensión del cerebro humano para registrar malas noticias es más fuerte que para las buenas. (El sesgo de la negatividad, por ejemplo, explica porqué una pareja promedio necesita cinco piropos para resarcir el efecto de un solo comentario cortante.) Tiene una sección maravillosa sobre creatividad y la memoria funcional que termina con un hermoso epigrama: “Desde la perspectiva del cerebro las ideas nuevas son simplemente varios pensamientos viejos que ocurren exactamente al mismo tiempo.”
Pero para este lector las secciones más provocadoras de “How we decide” involucran temas sociopolíticos más que personales. Un tema recurrente es como ciertos “corto-circuitos” innatos en nuestro aparato de toma de decisiones nos llevaron a la actual crisis financiera. Podemos ser muy “averso al riesgo”, pero solo en el corto plazo: una larga lista de experimentos muestran que partes completamente definidas del cerebro se activan si la pérdida potencial está en el futuro mediano o lejano, haciéndonos más susceptibles al canto de la sirena del televisor LCD o la Mac Mansión. Muchos de los esquemas financieros que nos llevaron por el mal camino en la última década se aprovecharon precisamente de estos defectos en nuestras herramientas de toma de decisiones. “Pagar con plástico cambia fundamentalmente la forma en que gastamos el dinero, alterando el cálculo de nuestras decisiones financieras,” escribe Lehrer. “Cuando compras algo con efectivo, la compra conlleva una pérdida real—tu cartera está, literalmente, más liviana. Las tarjetas de crédito, sin embargo, hacen que sea una transacción abstracta.” Proust pudo haber sido un neurocientífico, pero también lo eran los prestamistas subprime. Estos son conocimientos científicos que pueden instruirnos como individuos, por supuesto, pero también tienen mucha importancia para nosotros como sociedad, al momento de desarrollar nuevas formas de regulación que debemos inventar en los años venideros para prevenir otra crisis.
“How we decide” tiene una omisión curiosa. Para ser un libro que dilucida los misterios del cerebro emocional dice muy poco sobre las decisiones que convencionalmente la mayoría de nosotros describe como “emocionales.” Escuchamos sobre heroísmos de aviación y estrategias de póker y escuchamos numerosos recuentos de la compra de bienes de consumo. Pero hay escasa mención de toda una clase de decisiones que están cubiertas de emoción: terminar con una relación de larga data, regañar a un niño desobediente o hacerle saber a un amigo que nos sentimos traicionados por algo que dijo. Sospecho que para casi todos nosotros estas son las decisiones que más importan en nuestras vidas y sin embargo “How we decide” se queda extrañamente silente al respecto. Tal vez Jonah Lehrer usará sus considerables talentos para enfrentar las decisiones más humanas en otro volumen. Hasta entonces, todavía tenemos “Middlemarch.”
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